miércoles, 29 de febrero de 2012

Un relato esperanzador

¡Sí¡ Es posible generar procesos de evaluación en las Ciencias Exactas que trasciendan de lo cuantitativo, que desvirtúen por completo la confusión pragmática entre calificación y evaluación y que no se centre, exclusivamente, en  el desarrollo de pruebas escritas y la elaboración de talleres repetitivos basados en ejemplos  similares diseñados por el docente.

Lo anterior se concluye de las reflexiones realizadas por un colega respecto a sus concepciones sobre la evaluación de los aprendizajes en el aula. Afirma el docente que sirve el área de Matemáticas en los grados de secundaria, al ser indagado acerca de su forma de evaluar, que “Evalúo por procesos y con procesos, es decir, no determino el proceso de enseñanza aprendizaje por un resultado cuantitativo o por regla general; por el contrario me fijo en el despliegue de posibilidades de cada estudiante (pruebas por tipos de lo básico a lo complejo).” Así, es claro que esta concepción de la evaluación potencia el respeto por la diferencia cognitiva y los ritmos de aprendizaje, la formación continua del ser y la construcción de nuevos conocimientos como resultado de la interacción continua entre el docente y el discente.


Añade el Maestro que generalmente su evaluación está mediada por algunas Tecnologías de la Información y la Comunicación. “Evalúo a través de talleres físicos y talleres virtuales. En mi página tengo suficiente material para que los estudiantes accedan al trabajo y puedan complementar y expresar sus dudas.” Si bien afirma que mantener actualizado su blog requiere de tiempo, es consciente de que dichas tecnologías permiten realizar tutorías de forma asincrónica, facilitar la actividad matemática y permiten una retroalimentación continua del proceso de aprendizaje.


 Se evidencia la actitud abierta que el docente posee frente a la evaluación y a las diversas posibilidades que ésta presenta en torno a la recopilación de información que permita determinar la aprobación o reprobación de un estudiante frente a una asignatura al afirmar que: “Me fijo en el rendimiento acelerado de los estudiantes y junto con ellos se hace un trabajo de tutoría en el salón de clase para aquellos estudiantes que tienen debilidades en el proceso (co-evaluación y trabajo colaborativo).” Además, agrega que otra forma que aplica  en la evaluación de los procesos de sus estudiantes es a través de la auto-evaluación, la cual realiza en al preguntarle a los estudiantes la preparación que tuvo frente a las pruebas y las debilidades y fortalezas que observan en su propio proceso de aprendizaje.


Así, es claro que el efecto que tenga la evaluación en la relación de poder al interior del aula y en el proceso de formación del alumno depende única y exclusivamente de la concepción que el docente tenga de ésta y de los instrumentos que emplee para realizarla. En este sentido, bien puede convertirse en castradora, coercitiva  y represiva ó, en su defecto, en formativa, potenciadora y motivadora. En este sentido, vale la pena preguntarnos: ¿En cuál de los dos ámbitos estará inscrita la caracterización de nuestra práctica evaluativa? ¿Qué instrumentos podría emplear para convertirla en formativa, potenciadora y motivadora (o mantenerse en este tipo si ya se encuentra en este ámbito)? ¿Cómo concebirán nuestros alumnos las prácticas evaluativas que aplicamos con ellos?

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